Impuesto sobre el humo
El mercado del tabaco está experimentando un curioso fenómeno que aparentemente contradice las leyes económicas: tras dos alzas casi consecutivas de impuestos, los precios han bajado a niveles históricos. Ya hay quien pide que se aplique la misma terapia a la vivienda o a los carburantes. Pero va a ser que no. Las empresas tabacaleras no repercuten en el precio final de esas subidas porque andan más empeñadas en contrarrestar los perniciosos efectos (para ellas, claro) de una normativa que busca reducir la cifra de fumadores, cosa que por ahora no pasa con los pisos o las gasolinas.
Lo cierto es que esas compañías no se pueden quejar porque en una década las ventas de cigarrillos en España –y sus ganancias– no han parado de crecer. Han pasado de 3.600 millones de cajetillas en 1996 a 4.600 millones en 2005. Y al Gobierno tampoco le ha ido mal: en 2000 recaudó 4.369 millones de euros en impuestos del tabaco y el año pasado, 5.600 millones, prácticamente la mitad de lo que ingresó por el impuesto sobre carburantes. Ahora lo tendrá un poco peor. Si se cumplen las previsiones y baja el consumo de cigarrillos, podría perder cerca de 2.000 millones, aunque tras el último aumento de impuestos puede que sean algo menos.
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