¿Nuclear? ¿Sí, no, quizá?
La escalada del precio del petróleo, que, tras haberse casi duplicado en sólo dos años, parece estabilizado alrededor de los 72-73 dólares por barril, ha abierto un nuevo debate sobre la conveniencia de promover fuentes energéticas que reduzcan nuestra dependencia del crudo.En ese contexto hay quien defiende las excelencias de las energías renovables (eólica, solar, etc.), pero también ha propiciado el resurgimiento de los defensores de la energía nuclear («limpia» y «barata») como solución a nuestros males. No deja de ser curioso que esa defensa encendida coincida en el tiempo con el 20 aniversario de la tragedia de Chernóbil y con el cierre de la central de Zorita.
La decisión de abandonar la energía nuclear para generar electricidad, y el consiguiente cierre de las centrales nucleares, es una medida que Suecia ya adoptó en 1980. En los noventa le siguieron Italia y Bélgica, y en 2000, Alemania. Otros países, como España, han prohibido la construcción de nuevos reactores nucleares. Las razones que han llevado a tomar esas decisiones no han sido económicas, sino medioambientales, sociales o simplemente de oportunidad política.
Las ocho plantas nucleares españolas aportan una cuarta parte de la electricidad que se produce en nuestro país, donde las centrales térmicas superan el 50% de la generación eléctrica. En Francia, paradigma para muchos de los bajos costes –económicos, claro– energéticos, casi el 80% de los kilovatios tienen su origen en una central nuclear. La semana pasada, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, se mostró a favor de un debate «en profundidad» sobre la energía nuclear que mire hacia un horizonte de «seguridad» y de «garantía energética». Lo difícil será conseguir que esos conceptos sean compatibles.
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